martes, 29 de diciembre de 2015

Bodas de sangre - Federico García Lorca


Título: Bodas de sangre
Autor: Federico García Lorca
Año: 1932


Edición: Austral
Pág.:71


 "¿Por qué me miras así? Tienes una espina en cada ojo." (Frag.)


 "No quiero contigo cama ni cena y no hay un minuto del día que estar contigo no quiera." (Frag.)



Autor: Federico García Lorca (Fuentevaqueros, 5 de junio de 1898 - Víznar, 19 de agosto de 1936). En 1915 comienza a estudiar Filosofía y Letras, así como Derecho, en la Universidad de Granada. En 1919 se traslada a Madrid y se instala en la Residencia de Estudiantes, coincidiendo con numerosos literatos e intelectuales.
Junto a un grupo de intelectuales granadinos funda en 1928 la revista Gallo, de la que sólo salen 2 ejemplares. En 1929 viaja a Nueva York y a Cuba. Dos años después funda el grupo teatral universitario La Barraca, para acercar el teatro al pueblo, y en 1936 vuelve a Granada donde es detenido y fusilado por sus ideas liberales.
Escribe tanto poesía como teatro, si bien en los últimos años se volcó más en este último, participando no sólo en su creación sino también en la escenificación y el montaje. Lorca emplea rasgos líricos, míticos y simbólicos, y recurre tanto a la canción popular como a la desmesura calderoniana o al teatro de títeres. En su teatro lo visual es tan importante como lo lingüístico, y predomina siempre el dramatismo. (CERVANTES.ES)
Sinopsis: Es una producción poética y teatral que se centra en el análisis de un sentimiento trágico. Desde lo antiguo y lo moderno, en la manera de ver la tragedia. Todo ello enmarcado en un paisaje andaluz trágico y universal.
El tema principal tratado en este gran drama es la vida y la muerte. Pero de un modo arcano y ancestral, en la que figuran mitos, leyendas y paisajes que introducen al lector en un mundo de sombrías pasiones que derivan en los celos, la persecución y en el trágico final: la muerte. El amor se destaca como la única fuerza que puede vencerla.
La obra recoge unas costumbres de la tierra del autor, que aún perduran. Todo ello a partir de objetos simbólicos que anuncian la tragedia. Es constante en la obra de Lorca la obsesión por el puñal, el cuchillo y la navaja, que en Bodas de sangre atraen la fascinación y, a la vez, presagian la muerte.
Los acontecimientos trágicos y reales en los que podría basarse la obra de Lorca se produjeron el 22 de julio de 1928 en el Cortijo del fraile, Níjar, Almería. Lorca los conoció por la prensa, si bien la escritora y activista almeriense Carmen de Burgos, originaria de Níjar, ya había escrito una novela corta sobre el suceso anterior a Bodas de sangre, llamada Puñal de claveles, que fue también inspiración para el autor granadino. (WIKIPEDIA.ORG)
Comentario personal: Lorca es pasión, es drama, es tragedia, es imagen poética. Leo Bodas de sangre a colación del estreno de La novia de Paula Ortiz, película que adapta libremente el texto de Lorca y de la que hablaré en breve en este blog.
Volviendo al texto del poeta granadino, está repleto de imagenes muy potentes, de unos personajes viscerales que encierran historias trágicas. Pero también es pasión, pasión carnal, loca pasión que no tiene cómo ni por qué; simplemente es. Hay algún elemento fantástico, que aleja un poco la obra de la verosimilitud, pero que no menoscaba para nada la grandeza del texto. Recomendable sin lugar a duda. (* * * *)

jueves, 24 de diciembre de 2015

El cuento de navidad de Auggie Wren - Paul Auster

Le oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó.

Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años. Él trabaja detrás del mostrador de un estanco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y como es el único estanco que tiene los puritos holandeses que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo. Durante mucho tiempo apenas pensé en Auggie Wren. Era el extraño hombrecito que llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el personaje pícaro y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir acerca del tiempo, de los Mets o de los políticos de Washington, y nada más.

Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista en la tienda cuando casualmente tropezó con la reseña de un libro mío. Supo que era yo porque la reseña iba acompañada de una fotografía, y a partir de entonces las cosas cambiaron entre nosotros. Yo ya no era simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido en una persona distinguida. A la mayoría de la gente le importan un comino los libros y los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un artista. Ahora que había descubierto el secreto de quién era yo, me adoptó como a un aliado, un confidente, un camarada. A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría yo dispuesto a ver sus fotografías. Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera manera de rechazarle.

Dios sabe qué esperaba yo. Como mínimo, no era lo que Auggie me enseñó al día siguiente. En una pequeña trastienda sin ventanas abrió una caja de cartón y sacó doce álbumes de fotos negros e idénticos. Dijo que aquélla era la obra de su vida, y no tardaba más de cinco minutos al día en hacerla. Todas las mañanas durante los últimos doce años se había detenido en la esquina de la Avenida Atlantic y la calle Clinton exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de exactamente la misma vista. El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil fotografías. Cada álbum representaba un año diferente y todas las fotografías estaban dispuestas en secuencia, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas debajo de cada una.

Mientras hojeaba los álbumes y empezaba a estudiar la obra de Auggie, no sabía qué pensar. Mi primera impresión fue que se trataba de la cosa más extraña y desconcertante que había visto nunca. Todas las fotografías eran iguales. Todo el proyecto era un curioso ataque de repetición que te dejaba aturdido, la misma calle y los mismos edificios una y otra vez, un implacable delirio de imágenes redundantes. No se me ocurría qué podía decirle a Auggie; así que continué pasando las páginas, asintiendo con la cabeza con fingida apreciación. Auggie parecía sereno, mientras me miraba con una amplia sonrisa en la cara, pero cuando yo llevaba ya varios minutos observando las fotografías, de repente me interrumpió y me dijo:

—Vas demasiado deprisa. Nunca lo entenderás si no vas más despacio.

Tenía razón, por supuesto. Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver nada. Cogí otro álbum y me obligué a ir más pausadamente. Presté más atención a los detalles, me fijé en los cambios en las condiciones meteorológicas, observé las variaciones en el ángulo de la luz a medida que avanzaban las estaciones. Finalmente pude detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de los diferentes días (la actividad de las mañanas laborables, la relativa tranquilidad de los fines de semana, el contraste entre los sábados y los domingos). Y luego, poco a poco, empecé a reconocer las caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino de su trabajo, las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas, viviendo un instante de sus vidas en el objetivo de la cámara de Auggie.

Una vez que llegué a conocerles, empecé a estudiar sus posturas, la diferencia en su porte de una mañana a la siguiente, tratando de descubrir sus estados de ánimo por estos indicios superficiales, como si pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera penetrar en los invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos. Cogí otro álbum. Ya no estaba aburrido ni desconcertado como al principio. Me di cuenta de que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había elegido para sí. Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto. Luego, casi como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.

—Mañana y mañana y mañana —murmuró entre dientes—, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos.

Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Eso fue hace más de dos mil fotografías. Desde ese día Auggie y yo hemos comentado su obra muchas veces, pero hasta la semana pasada no me enteré de cómo había adquirido su cámara y empezado a hacer fotos. Ése era el tema de la historia que me contó, y todavía estoy esforzándome por entenderla.

A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad. Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría. En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico. ¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté. ¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?

Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad. Las propias palabras “cuento de Navidad” tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza. Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así. Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental? Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja. Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.

No conseguía nada. El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza. Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre. Me preguntó cómo estaba. Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.

—¿Un cuento de Navidad? —dijo él cuando yo hube terminado. ¿Sólo es eso? Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca. Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.

Fuimos a Jack’s, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sándwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes. Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.

—Fue en el verano del setenta y dos —dijo. Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda. Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético. Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable. Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi. Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar. Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic. Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié. Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.

Resultó que era su cartera. No había nada de dinero, pero sí su carné de conducir junto con tres o cuatro fotografías. Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara. Tenía su nombre y dirección en el carné, pero me dio pena. No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él. Robert Goodwin. Así se llamaba. Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela. En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara. No tuve valor. Me figuré que probablemente era drogadicto. Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?

Así que me quedé con la cartera. De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto. Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer. Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes. Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina. Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.

La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas. Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio. Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio. Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre. No pasa nada. Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme. Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies. Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.

—¿Eres tú, Robert? —dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.

Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.

—Sabía que vendrías, Robert —dice—. Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.

Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.

Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes? Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.

—Está bien, abuela Ethel —dije—. He vuelto para verte el día de Navidad.

No me preguntes por qué lo hice. No tengo ni idea. Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé. Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.

No llegué a decirle que era su nieto. No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía. Sin embargo, no estaba intentando engañarla. Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas. Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert. Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto. Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.

Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos. Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa? Cada vez que me preguntaba cómo estaba yo le mentía. Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.

—Eso es estupendo, Robert —decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo. Siempre supe que las cosas te saldrían bien.

Al cabo de un rato, empecé a tener hambre. No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas. Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas. Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente. Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas. Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo. Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro. Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.

Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de cámaras, seis o siete, de treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad. Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente. Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí. Así de sencillo. Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.

No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca. Demasiado Chianti, supongo. Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé. No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme. Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui. Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento. Y ése es el final de la historia.

—¿Volviste alguna vez? —le pregunté.

—Una sola —contestó. Unos tres o cuatro meses después. Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún. Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí. No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.

—Probablemente había muerto.

—Sí, probablemente.

—Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.

—Supongo que sí. Nunca se me había ocurrido pensarlo.

—Fue una buena obra, Auggie. Hiciste algo muy bonito por ella.

—Le mentí y luego le robé. No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.

—La hiciste feliz. Y además la cámara era robada. No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.

—Todo por el arte, ¿eh, Paul?

—Yo no diría eso. Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.

—Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no?

—Sí —dije—. Supongo que sí.

Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara. Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia. Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría. Me había embaucado, y eso era lo único que importaba. Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.

—Eres un as, Auggie —dije—. Gracias por ayudarme.

—Siempre que quieras —contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos. Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?

—Supongo que estoy en deuda contigo.

—No, no. Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.

—Excepto el almuerzo.

—Eso es. Excepto el almuerzo.

Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.

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Paul Auster escribió este cuento por encargo del New York Times y se publicó el día de Navidad de 1990. El director de cine Wayne Wang lo leyó en su casa, en San Francisco, y convenció a Paul Auster para que escribiera el guión de una película, que sería “Smoke”(1995). La película acaba precisamente con Paul y Auggie sentados en una cafetería, con Auggie explicando el cuento. Una vez acabada la escena, y durante los títulos de crédito (a partir del minuto 4.34 del video que incluyo), se desarrolla una escena en blanco y negro, con la canción "You're Innocent When You Dream", interpretada por Tom Waits, como banda sonora; no os la perdáis.


Feliz navidad a tod@s.

lunes, 21 de diciembre de 2015

EMM 14 - En Mi Mesa Noviembre 2015


Las dos nuevas incorporaciones de este mes de noviembre han sido: "Kassel no invita a la lógica" de Enrique Vila-Matas (Booket) y una nueva edición de "Nada" de Carmen Laforet en Austral.

viernes, 18 de diciembre de 2015

EMM 13 - En Mi Mesa Octubre 2015


La acumulación de libros sin leer en las estanterías de mi casa hacen que haya tomado la decisión de contener la incorporación de nuevos títulos a mi biblioteca. Así pues, esta sección del blog verá pocas novedades en los próximos meses, pero me resulta imposible entrar en una librería y no sucumbir a la tentación. Este mes de octubre fueron dos: "La fiesta de la insignificancia" de Milan Kundera y "Ventajas de viajar en tren" de Antonio Orejudo, los dos publicados ahora en la colección Maxi de la editorial Tusquets.

domingo, 13 de diciembre de 2015

EXPO: World Press Photo 2015


Título de la exposición: World Press Photo 2015
Arte: Fotografía
Lugar: Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB)
Fechas: del 12/nov/15 al 13/dic/15

Contexto:  La fundación World Press Photo se dedica a desarrollar y promover el trabajo de los fotoperiodistas, con una serie de actividades e iniciativas alrededor del mundo desde 1955. El concurso anual que organiza la World Press Photo ha crecido hasta convertirse en uno de los premios más prestigiosos en el fotoperiodismo, y la exposición itinerante de los trabajos galardonados es vista por más de 3´5 millones de personas en todo el mundo cada año. En la exposición de este año se pueden ver las 134 instantáneas y 7 piezas multimedia premiadas en la última edición del concurso. (Fuente: World Press Photo Fundation)

Comentario personal: la cita anual con la World Press Photo es para mí ineludible desde hace ya unos cuantos años. En estos premiados trabajos de fotoperiodismo se repasa lo sucedido en el mundo durante este año como el conflicto de Ucrania, el éxodo de personas hacia Europa o la epidemia de Ébola en Sierra Leona entre otros temas de denuncia o drama social. Tambien hay un lado más amable como las categorias de naturaleza o deportes. 

La ganadora del premio a la "Fotografía del año" ha sido la titulada "Jon and Alex" del danés Mads Nissen que denuncia la situación de homofobia que sufren los gays en Rusia. Como ya sucedió con algunos trabajos premiados en años anteriores, los más puristas del fotoperiodismo acusan a Nissen de que la fotografía no es espontanea sino que ha sido preparada, escenificada para el fotógrafo. No se puede discutir la calidad de la fotografía, ni su transfondo de denuncia, pero de igual manera no se puede negar el "posado". Si la espontaneidad debe ser una característica del fotoperiodismo o la característica principal debe ser la realidad que retrata es una discusión que nos llevaría mucho tiempo y esfuerzo. Incluso a grandes maestros como Robert Capa le acusaron de "escenificar" algunas de sus fotos más reconocidas. Mejor disfrutemos de estas magníficas fotografías (hasta hoy en Barcelona y a partir del 13 de febrero de 2016 en Valencia) y aprendamos un poco más de este mundo en el que vivimos.



jueves, 19 de noviembre de 2015

EXPO: El triunfo del color. De van Gogh a Matisse



Título de la exposición: El triunfo del color. De van Gogh a Matisse. Colecciones de los museos d'Orsay y de l'Orangerie
Arte: Pintura
Lugar: Fundación Mapfre. Casa Garriga i Nogués (Barcelona)
Fechas: del 10/oct/15 al 10/ene/16

Contexto: Esta exposición, organizada expresamente para la inauguración de la sala de exposiciones en Barcelona de la Fundación Mapfre, plantea cómo el color se convierte en uno de los caminos para llegar del impresionismo a la pintura de vanguardia, a través de 72 obras de primera línea que llegan de los museos d’Orsay y de l´Orangerie de París. Entre sus autores están Van Gogh, Matisse, Seurat, Gauguin, Cézanne, Monet, Derain y Renoir. Se trata de obras maestras que en contadas ocasiones han sido expuestas fuera de los museos d’Orsay y de l´Orangerie y que han sido cedidas de forma especial para esta ocasión. (Fuente: Fundación Mapfre)

Comentario personal: impresionante aterrizaje de la Fundación Mapfre en Barcelona. Poder ver estas obras de van Gogh, Matisse o Seurat fuera de los museos de París es algo bastante excepcional. Barcelona ha ganado un espacio privilegiado recuperando la Casa Garriga i Nogués como espacio de exposiciones en la ciudad (anteriormente había sido la sede del Museo Fundación Francisco Godia). Ver esta exposición, además en este precioso edificio obra de Enric Sagnier, es todo un placer para los sentidos.

miércoles, 14 de octubre de 2015

El jugador - Fiódor Dostoievski



Título: El jugador
Autor: Fiódor Dostoievski
Año: 1866

Edición: Austral básicos
Pág.:207




 "Estaba pálido; le echaban fuego los ojos y le temblaban las manos; ponía ya, si llevar la cuenta, cuanto dinero podía coger con la mano, y, sin embargo, no hacía más que ganar y ganar y apilar el dinero." Ya empezamos a ver la fiebre del juego" (Pág.106)



Autor: Fiódor Mijáilovich Dostoievsky (Moscú, 1821- San Petersburgo, 1881) es uno de los mejores novelistas rusos de la historia. Educado por un padre alcohólico y déspota, tras la temprana muerte de su madre, estudió en la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo. En 1849 fue condenado a muerte por colaborar con grupos liberales, sin embargo fue indultado horas antes de la ejecución. Sus escritos, extremadamente minuciosos, son profundos análisis psicológicos, tragedias de moralidad, apuntes de existencialismo, que diseccionan sobre la sociedad del siglo XIX. De entre sus obras destacan: Pobres gentes (1846), El doble (1846), Humillados y ofendidos (1861), Notas de invierno sobre impresiones de verano (1863), Memorias del subsuelo (1864), El jugador (1866), Crimen y castigo (1866), El idiota (1868), El eterno marido (1870) Los endemoniados (1871-1872), El adolescente (1875), Los hermanos Karamazov (1880). (Fuente: Austral)
Sinopsis: Dostoievski, en el jugador, describe la pasión por el juego, con sus alegrías y zozobras, sus cáculos y desenfrenos, mostrando así la fragilidad de la conducta humana y la incapacidad del hombre para mantenerse firme en sus convicciones. A partir de la trama divertida y excéntrica, la novela ofrece un magnífico estudio del espírtu eslavo, con todo lo que éste tiene de impetuoso e ingenuo. (Fuente: Austral)
Comentario personal: No creo que a Dostoievski lo catalogaran de costumbrista, pero este el jugador nos sirve para hacernos una idea de como vivía esa clase pudiente de mediados del siglo XVIII, viajando por Europa, con toda una corte de sirvientes, doncellas, preceptores de los niños, etc. En este caso se trata de una familia rusa que se encuentra disfrutando de su estancia en Rulettenburg, lugar ficticio donde el autor sitúa la acción, inspirado en Weisbaden (Alemania). Allí es donde el juego toma protagonismo y mueve los hilos de más de una de las vidas de los que rodean a la familia del general Zagorianski.

El jugador es una historia de amor y juego, donde se mezclan secretos, pasiones ocultas y una insana adicción al juego, aspecto que Dostoievski conocía muy bien por ser el mismo uno de esos adictos al juego. De hecho este libro lo escribió al tiempo que crimen y castigo para saldar deudas de juego.

No me cabe duda que seguiré leyendo a Dostoievski, aunque aquí me ha dejado un poco con la miel en los labios. La historia me ha gustado, los personajes están muy bien definidos, pero por momentos todo (más la trama amorosa que la del juego) se me escapa entre los dedos como arena de playa.(* * *)